Mirna no respondió. En cambio, volvieron esos pasos, pequeñitos y
arrastrados, que comenzaron a tomar vuelo para reverberar en la oscuridad del
piso. La risa inquietaba. Era una de película, de las que se veían al borde de
una butaca, y en ninguna de ellas había tenido esa sensación, ese abatimiento que
le agarrotaba los huesos y los hacía temblar de frío. Centeno tomó aire, elevó
las antorchas y avanzó en las sombras.
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