martes, 22 de abril de 2014

Un alto en el camino

La flecha le atravesó la garganta. Al menos, según pensó, en el lugar donde debía estar la garganta. El cuerpo alargado se retorció alrededor del eje perpendicular que había formado la flecha con el tronco del sauce al cual la había clavado. Supuso que no tardaría en entregarse a la agonía, aunque en un principio se negó a su destino dándole latigazos al tronco. A diferencia de otras serpientes, la letalidad de la yarará no estaba en su fuerza muscular, sino en el veneno de sus colmillos, que poco y nada le servía en aquella ocasión. Decidió terminar con su dolor. Se acercó a ella y de un machetazo la cortó por encima de la flecha. La cabeza triangular se desplomó para desaparecer entre medio de la maleza. Luego de limpiar la flecha y guardarla en su carcaj, no tardó mucho en sacarle la piel y en rescatar sus partes más suculentas. Las asó con un pequeño fuego que le sirvió para calentarse y mantener a raya otras alimañas. La víbora de cruz no era menos letal que los principales habitantes de la isla, a quienes no tardaría en encontrar.