viernes, 20 de mayo de 2011

ANIVERSARIO (fragmento)

No todos los días se cumplía un aniversario. Habían decidido una cena íntima en su departamento. Ella se encargaría de la comida y él llevaría el vino. Una música suave, los gemidos de un violín. Comieron en el piso utilizando la mesa pequeña sobre la que tenía un helecho, la habían limpiado y puesto un delicado mantel blanco. Todavía no habían encendido las velas. Para ello habría tiempo. Rieron. Del vino evaporándose surgió la charla íntima, los sueños postergados y el futuro por realizar. Se preguntaron sobre el tiempo y su forma arcana de marchitar pétalos y crear montañas. El fuego del hogar fue testigo. La charla terminó cuando, lejos, se encontraron tan cerca; cuando se acercó la hora de encender las velas y el timbre los retrajo a la habitación y a la lejanía.

martes, 3 de mayo de 2011

UN PUNTO EN LA LEJANÍA

Desde lo alto de la colina podía ver el tenebroso paisaje; hacia abajo, sobre la ladera, una parte de su monstruoso castillo. Todavía no estaba seguro de si el ángulo de su visión era el correcto. Entonces, al tiempo que cerraba los ojos, acerqué la cara procurando ahondar en su interior.
La figura estaba quieta, con el brazo extendido hacia una lejanía difusa, repleta de tonalidades grises que se perdían unas dentro de otras. Más que al castillo, señalaba ese punto más allá del mar. Arriba de la colina, pudo percibir la presencia a sus espaldas. Desde esa altura, lograban dominar el paisaje; él ya había escapado al asedio y se había dado vuelta para tener la última visión de un mundo que se derrumbaba. A su izquierda, el río bajaba serpenteando entre tierras yermas y animales que huían; a su derecha, el borde del acantilado caía en un mar picado que pugnaba por tocar una costa que jamás alcanzaría. Desde el borde de aquel, una parte del ejército se precipitaba a las aguas, mientras que otra era desplazada fuera de cuadro. En el centro, el castillo era destruido por una furia que, en un primer momento, juzgué invasora pero que comenzaba a revelarse justiciera. No sé de dónde habían salido, pero las catapultas ya habían lanzado las piedras que, ahora suspendidas, no tardarían en destruir torretas y muros. El pensamiento fue claro y la transmisión automática. Abrió los ojos y se separó.
De alguna manera me di cuenta de que aquella representación era la que yo buscaba aunque, en ese instante, me percaté de que no compartía mi visión del mundo. El profundo olor a tristeza y desolación, dado por las tonalidades de grises, sólo le pertenecía a él. Las hordas no tardarían en encontrarlo. Aquel hombre era un fugitivo, seguramente habría sido un rey y, en un último acto, persistía en su idea de señalarme el horizonte. Entonces tomé la decisión.
Debía darle un tono más vivo. El punto en la lejanía al que apuntaba no era el de un ocaso sino el de un crepúsculo. Tomé mi paleta de óleos y con la punta del pincel, comencé a mezclar amarillos con rojos. Ese tono en el horizonte proyectaría los futuros fuegos que consumirían su castillo pero, al mismo tiempo, daría la sensación del nuevo mundo que nacía. Di el primer trazo justo antes de que saltara al vacío.