jueves, 17 de marzo de 2011

24

Entre tanto chupi, el petardo era infaltable —del que explota y del otro. Por eso, cuando Papá Noel irrumpió en medio de la reunión, todos se cagaron de risa. Hasta el negro Baltasar se había adelantado de fecha. Ahí andaba, en pleno 24 chorreando betún por todos lados. Un desubicado.

Papá Noel llevaba la peor. La bolsa a sus espaldas era tan grande como él y ni Melchor ni Gaspar amagaron a ayudarlo. “¡Qué amargos!”, pensé, “cómo se nota que morfan dátiles y los camellos los llevan de acá para allá; nada de andar sufriendo renos por las alturas”. 

—¡Mojojójo, Feliz Navidad! —disparó Papá Noel, mientras los otros tres desenfundaban unas recortadas más grandes que sus barbas.

Papá Noel abrió la bolsa y se limitó a esperar que cada uno de nosotros desfilara para tirar adentro joyas y billeteras.

—Pa’ los regalos —se excusó, y los cuatro se tomaron el palo. 

domingo, 13 de marzo de 2011

LA QUINTA COLUMNA (Parte 3) 2008

[...]

Vuelve la parodia: el galpón cerrado, el agobio de las luces, la garganta reseca, la necesidad de agua pero sólo hay vino, la pareja que pide la cuenta, la relectura de Alexis, las ganas de gritarle su furia, su sexto trago, la mano que se levanta; Gaia que camina, ahora sí, moviendo el culo, pero no tanto como él sabe ella sabe moverlo. Me está envenenando, piensa, y si el amor no tiene algo de veneno, dónde está la contradicción de los sentimientos que se encuentran (tan mal frase de quien la haya ideado; a esta altura, colisionan). Pedro se pregunta de dónde se sacan esas ganas de querer dar la vida por los ojos que ahora se posan en otros; otros ojos que ahora los observan y que, ante su mirada, vuelven a caer en el fondo del whisky doble (que no es té). Alexis pide su cerveza, él apenas balbucea su cerdo agridulce, la mandíbula se le afloja; tiene sed; otro sorbo; siente que apenas puede retener las ganas de ir al baño; la pareja se levanta y se va sin pagar. Habrá que volver a hacer otra retoma pero el director calla, tan absorto en la perfección de la escena. Es cierto, todo sale redondo; tan redondo que Nuria, los maquilladores y los ayudantes se van del plató. Gaia trae el cerdo y la cerveza. Alexis le repasa el plan: él se levantará, se dirigirá al baño, escapará y cuando escuche los disparos... pero Pedro ya no escucha. El dolor y la sequedad le anuncian un calambre inmediato. La escena continúa con la precisión de un reloj que ahora sí le permite ir al baño. Se disculpa y se levanta. No podrá seguir por el resto del día. El director le pide tranquilidad, que siga así, que su actuación está siendo sublime. Pedro no lo duda aunque los dolores no hayan estado en el guión. Pedro camina con paso torpe. La cámara lo sigue desde un steadycam. La escena parece real, dolorosamente real. Cuando entra al baño escucha el corte del director, los aplausos, el final de la escena y él que se desploma sobre el piso del baño. Se arrastra hasta el inodoro. El cerdo agridulce. Entonces ya no escucha bien. Las contracciones le demandan energía, y todas sus fuerzas están centradas en controlarlas. Llega al inodoro y apoyándose en él, intenta erguirse para alcanzar la ventana. Escucha los disparos, aunque en la vorágine parece ser uno. Ya debería estar afuera. Ya debería haber arrancado el auto. Cuando Alexis note que no está ahí, volverá y lo llevará al hospital. Sí, Alexis no tardará en volver en su ayuda. Pedro vuelve a desplomarse y apoya el codo sobre el inodoro. Todo gira, todo da vueltas. Piensa en el galpón cerrado, en el agobio de las luces, en el calor y en la sed; en la pareja que pide el café, la cuenta y se va sin pagar; en el director tranquilizándolo, en el cerdo agridulce y en las seis copas de vino. Abre la boca para que le entre el aire, para oxigenarse más, para recobrar fuerzas y pedir ayuda. Apenas suelta un gemido cuando decide apoyar su cabeza contra el piso y esperar a que Alexis lo socorra. Sí, así, en posición fetal va a aguantar mejor el dolor, se dice por lo bajo, mientras ve por el espacio debajo de la puerta que alguien se acerca desde el salón. La puerta se abre. Pedro levanta su mano reclamando el socorro.
– El vino… –balbucea en un hilo de voz.
            Los ojos se le humedecen pero en el calidoscopio logra ver una figura que se apoya en el marco; una figura que le sonríe y que parece esperar una señal; una figura que apaga la luz cuando un auto arranca y que se aleja moviendo (ahora sí), perfecta, su culo de un lado a otro.

miércoles, 9 de marzo de 2011

LA QUINTA COLUMNA (Parte 2) 2008

[...]

Los seis giran sus cabezas hacia detrás de la cámara.

– ¿Dónde está el continuista? ¿Dónde está ese maldito continuista? –vocifera el director.
– ¿Qué pasa? –dice Nuria, perdida detrás de sus anteojos, ya casi marcando una quinta retoma en la planilla.
– ¡El reloj! ¡El reloj! Se supone que Pedro no debe ir al baño hasta las seis y veinte. ¿Qué carajo hace el reloj a las cinco y media? ¿No se dan cuenta que hay un problema de continuidad? ¿Dónde está el maldito continuista? ¡Es él el que tiene que estar en esos detalles, no yo! —remata.
Un hormiguero de asistentes salta al escenario para volver a ubicar todo en su lugar: el reloj en hora, la nueva medida de whisky para Nicolás, las tazas de café de la pareja en la barra: detalles que les dan tiempo a los maquilladores para retocarles el rostro. Pedro resopla mientras le espolvorean la cara. Siente su frente perlada y también un sudor frío. El galpón es agobiante. En realidad, todos los platós lo son. Tiene la boca reseca. Sabe que es el vino. Necesitaría agua para aplacar la sed; raudales de agua para calmar esa sequedad que parece subirle desde la boca del estómago. Es Gaia quien se le acerca para servirle el sexto vaso.
– No, no, no señorita. Quiero una botella de agua.
– Eso no está en el guión —sonríe ella, mostrando sus pequeños dientes blancos.
– Me querés mamar. Ya vamos a hablar.
Gaia sigue mostrándole esa boca entreabierta desde la que se asoma su lengua, aquella que lo rozaba y lo hacía resbalar hacia la caricia del olvido, hacia el tiempo placentero en que el mundo se detiene. Ella no le contesta; está absorta procurando que no se le derrame ni una sola gotita.
– Ya vas a ver si no vamos a hablar.
– Eso si te queda aliento. No tenemos nada más que hablar —le responde con un gesto duro, casi desafiándolo. Pura ciclotimia, la tan buena actriz. Le daría vuelta la cara de una bofetada pero los hombres deben ser caballeros; los caballeros deben saber mostrar su otra mejilla y él es caballero, y sin embargo… Alexis parece adivinarle la intención y lo toma del brazo.
– Dejála boludo. Después hablan. Terminemos con esta escena de una buena vez—, le dice por lo bajo.
Pedro mira a Nicolás, que le devuelve una sonrisa socarrona desde la barra.
– Y vos ¿qué carajo mirás? Vos también la vas a ligar. No te pensés que te la vas a llevar de arriba.
– Che, a ver si dejan esas boludeces para después —dice el director—. Gaia, más actitud. Ya premeditaste todo con Nicolás. Mové más la cintura cuando te acerques a la mesa. Con ese movimiento Pedro confirma que estás con Nicolás, y eso es lo que da pie a lo que sigue. Gaia, acordáte: sos Dalila ante de cortarle las chuzas a Sansón. Vamos, che, media pila. Esta escena deberíamos haberla terminado hace media hora por lo menos. Los quiero concentrados. Pedro, ¿vos te sentís bien, estás para seguir?
Pedro sabe lo que sigue. Todo es parte de la parodia. Le responderá que sí, levantando su pulgar pero mirando fijamente a Gaia. El director volverá a dar la acción para que la escena siga hasta el final. Volverá el giroscopio del galpón y las luces agobiándolos. Seguirá la sed y sólo habrá vino. El director largará la escena más tarde, cuando él levante la mano y Gaia se acerque a la mesa. Alexis pedirá su cerveza y él su cerdo agridulce. Alexis repasará los pasos a seguir. Él hará que se siente mal y se irá al baño, desde donde se escapará por la pequeña ventana que está en la pared contra la que descansa el inodoro. Desde afuera escuchará los cuatro disparos, después de los cuales se encontrará con Alexis para huir en el auto que él ya habrá arrancado. Fin de la secuencia. De ellos no se sabrá más nada; sí en la secuela, pero no ahora. Para cuando llegue la policía, ya habrán escapado y la venganza estará consumada. Encontrarán los cuatro cadáveres y deducirán que todo fue un crimen pasional. Fin de la película. En la increíble ironía de la doble escena, casi quiso que las balas fueran reales.
– ¿Pedro? ¿Estás bien? –repite el director.
Pedro levanta su pulgar mirando fijamente a Gaia.
– Bárbaro. Los puteríos me los dejan afuera, ¿se entendió? Vamos de vuelta, desde que te tomás el trago antes de llamarla a Gaia, y vos, Gaia, cuando te acerques a la mesa, ¡acordáte de moverte! ¡Mové el culo!, ¿Estamos? Vamos de vuelta. ¿Cámara?
– Corre cámara.
– ¿Sonido?
– Corre sonido.
– ¿Listos?
Todos asienten.
– Y… ¡acción!